Las rubias son alemanas y tudescas como ellas solas, valga la rebuznancia. Una es muy mona. La miro, me mira, me sonríe como si yo fuera idiota (cuando lo parece ella) y de repente siento que mis músculos hercúleos se desinflan: están soltando por megafonía que el vuelo se ha cancelado...
Me caaaaago en la puta. Alemana, a tomar viento y a ver mundo, eso sí, a verlo al través del delicioso verde de sus pupilas... Otra vez será... (Soy consciente de que los hay que piensan que soy un flipadete, pero lo cuento como lo he sentido...)
La cola se revoluciona y me acerco al mostrador a informarme más. Es un enjambre cuya abeja reina, una alemanota pintada como una muñeca pepona, no gobierna. Llego a ella y tras ver que su castellano no da para más y un par de murcios jubilados no se enteran de nada, me sale la vena docente...
—¿Qué opciones nos da la compañía?
—Puegden volarr a Valencia y lueggo ir asta Alikante en autobussss o esperrar asta el sigguiente vuelo a Alikante por más tarrde— me contesta la pepona.
—Vale, gracias— contesto mientras pienso que habla tan mal el castellano que no sabe que «hasta» va con hache y «Alicante» con ce.
—Parra elegirr, han de irr al mostradorr de Air Berlin— añade la tipa, que anda que no sabe lo de la hache pero sí pronunciar el nombre de su compañía bien...
Me giro a la cola y repito a voz de mehadeoirtodoquisqui lo que la señora me ha explicado, eso sí, con haches y sin cas, y sin tanta erre, que empalaga.
Se inicia la diáspora.
Llegamos al mostrador como la marabunta. Las cuatro personas que hay allí lo pasan mal. Mientras esperamos, escuchamos hasta tres versiones diferentes de lo que puede suceder. Decido, tras consultarlo con la superioridad residente en Murcia, que lo mejor será ir en el siguiente vuelo a Alicante, pero hete aquí que cuando me toca, la chica del mostrador se muestra borde y tan mona se considera que me recuerda que solo soy un mortal que no tiene derecho ni a respirar los pedos que se tira... No se digna ni a decirme si me garantiza plaza en ese avión, y se lo pregunto por tres veces, y clarito, para que su única neurona no se me pierda... Al final le pido una hoja de reclamaciones y escribo esto en una mesa de los alrededores:
MOTIVO DE LA RECLAMACIÓN: Tras ser informado en el último momento y a voz en grito (y no vía megafónica) de que el vuelo tenía un retraso de una hora, y tras esperar esa hora y asistir al esperpéntico suceso de la cancelación del vuelo y a la subsiguiente procesión hasta el mostrador de la compañía y la cola pertinente para conseguir plaza en el siguiente vuelo (suceso mediante de tener que explicar a la persona de atención todo lo explicado hasta ese momento), este pasajero se encuentra ante la tesitura de no saber si tiene o no plaza en el vuelo siguiente.
PRETENSIONES: Ser atendido por la compañía como persona que soy y no como el ganado que me considera, y que se me confirme si tengo no plaza en el vuelo AB7554.
Me presento otra vez en el mostrador, no hay cola, la chica de antes no está, miro por debajo de la barra a ver si es que se está ganando el puesto de rodillas y con la boca abierta, pero no. Me atiende un chaval muy simpático que encaja las coñas con deportividad. Sonríe al leer la reclamación, pero es porque no la entiende dada su condición de subproducto de la ESO. Y entonces va y me imprime una nueva tarjeta de embarque, con un nuevo asiento asignado... En ese momento veo como a una francesa que tiene mi mismo problema le dan además un vale de comida por un valor de seis euros... ¡Copón! ¡Yo quiero uno! Lo reclamo y lo obtengo... En ese momento, visto que tengo lo que quería, rescato la reclamación y digo que no la presento... Ya tendré tiempo de explayarme en una reclamación telemática...
A todo esto ya es la hora de embarcar...
Compro un sandwich y un agua y me meto en el avión, pero no despegaremos hasta pasada una hora, se ve que en Alicante no nos dejan aterrizar; pienso que es normal, que saben que Air Berlin son unos cabrones y que quieren tener poco trato con ellos... Me como el sandwich, me bebo el agua. Me leo lo que me queda del libro que llevo:
La mala vida en la España de Felipe IV.
Aterrizamos en Alicante a las 20:40. Recojo la maleta y compruebo que he perdido el bus. Cojo un taxi hasta Torrellano. El taxista se caga en su estampa, lleva dos horas esperando y sólo ganará diez euros puesto que el trayecto es muy corto. Pese a que creo que por dos kilómetros el precio es muy caro (el suplemento de aeropuerto en Alicante es de tres euros), dejo que hable y diga sandeces. Cuando me harta, le recuerdo que yo he esperado casi cuatro horas en Palma Calla. Me deja en la estación El tren pasará en nueve minutos. Compro billete y espero. Puntual el tren pita, sucio y guarro, como las otras veces que lo he cogido. En el vagón, un quillo intenta ligar con una poligonera, le cuenta que es peluquero y ella le pregunta si sabe hacer mechas, él responde que sí, pero la mira con ganas de hacerle más cosas. Saco el portátil y empiezo a escribir: «
Las rubias son alemanas y tudescas...» Al rato, él se baja en Elche y ella, cuando nos volvemos a poner en marcha, suspira...
Hastalapróxima