jueves, 22 de julio de 2010

Miro, y no me voy

La llegada a Miravete de la Sierra es como un punto clave de nuestro recorrido que no nos queremos saltar porque es el que nos trajo a Teruel. Por eso estamos muy a la expectativa de lo que nos podamos encontrar. La estampa del pueblo nada más llegar ya nos sorprende, una postal aparentemente desordenada de casas se apila sobre la plaza del pueblo y la iglesia. En lo alto, parece que se hubiera puesto por peineta la roca sobre la que en el siglo XI se asentaba el castillo. El río Guadalope discurre a veces alegre a veces plácido bajo el puente de piedra, que ha visto todos sus caudales desde cuatro siglos atrás.

En las calles hay cierta animación y por un momento creemos que pasaremos algo desapercibidos. Más tarde nos enteraremos de que somos los únicos extraños que dormiremos hoy aquí. En realidad en esta época del año el pueblo es una gran familia que forman sus pocos vecinos y los hijos y nietos de estos. Y quizás porque somos una novedad, somos muy bien recibidos. Después de descansar un poco, disfrutamos de la piscina. Donde era de esperar un agua helada de río, encontramos que ha sido calentada por placas solares. Pero la experiencia de verdad no es esa, es tener una enorme piscina calentita para nosotros solos, y quedarte flotando tranquilamente contemplando a la derecha los campos de trigo y las montañas, y a la izquierda la torre de la iglesia y las casas del pueblo.

A poco que recorras las calles te das cuenta de que la vida aquí es diferente. Las bicis quedan sueltas sin candado. En los bordes del río todo es verde, y los zapateros patinan por el agua sin que nada les estorbe. Los viejos del lugar se han hecho una buena pista de petanca, y todos sin excepción juegan la emocionante partida de cada tarde. Las señoras han quedado en casa de la que toca para jugar al guiñote, y los niños de todas las edades juegan libres y ajenos por el pueblo.

Los dueños del bar nos cuentan como llegaron hasta aquí desde Barcelona huyendo de la crisis. El pueblo les ha cambiado la vida en todos los sentidos. Ellos vivieron el aluvión de televisiones que llegaron hasta este lugar perdido tras el bombazo del anuncio, y cómo los que llegaban se traían su estrés y lo elevaban a la enésima potencia tras comprobar que no encontrarían ni una raya de cobertura para enviar sus reportajes, en un sitio donde internet no llega... Y lo más curioso, la preocupación de sus doce vecinos por si su apacible vida dejaba de serlo....

Todo es distinto y nuevo de puro viejo aquí, en un sitio al que nos gustará volver alguna vez... ¡En cualquier época que no sea el invierno!

Carmen

1 comentario:

  1. Que viaje más majoooo!!! Dais un poco de asquito de envidia q dais... Os leo toooodos los días, así os sigo el recorrido, ya q lo de llamar me cuesta un poco más caro y, por lo q veo, hay mucho q contar.
    Bueno, pues si pasa algo en Miravete, contadlo, porque será una novedad, jeje.
    Un beso pa los dos, y a seguir disfrutando!
    Marián.

    ResponderEliminar