sábado, 24 de julio de 2010

La verdad contada por mí...

Ayer, justo al salir del hotel pudimos comprobar como el chiste de que el turolense que se va a la playa siempre lleva una rebeca por si refresca, es más que cierto. Había llovido sin avisar y hacía un airecillo fresco... Más parecía que estábamos en otoño que en verano. Dimos una vuelta y cenamos, y pronto a dormir, estábamos muy cansados.

Por la mañana nos hemos levantado tarde y entre desayunar, recoger y pagar casi se nos han hecho las doce, que era la hora a la que empezaba la visita guiada gratuita a la ciudad. Hoy no éramos solo cuatro como ayer, llegábamos a la veintena. La guía no lo ha hecho mal, pero el de ayer fue mejor. Nos ha hablado de las torres mudéjares, de su inclinación, de sus símbolos y razones. También nos ha hablado de la Casa de la comunidad, del acueducto renacentista y de las casas modernistas de la burguesía de principios del siglo XX.

Tras una hora y media de charla, la guía da por finalizada la visita y nosotros vamos a ver si compramos una camiseta. Yo tengo suerte y encuentro una que me gusta, con un toro, pero la niña se conforma con nada...

Comemos una ensalada y plato de jamón que está de vicio, el mejor de todo el viaje. Poco antes de las cuatro hacemos cola para entrar a ver el mausoleo de los amantes de Teruel. Entramos y nos maravillamos con la historia de don Diego y doña Isabel, tan casta y políticamente correcta que da hasta grima... De todas maneras, Juan de Ávalos se curró dos sarcófagos y dos esculturas de maravilla, en alabastro, tan reales que parece que se van a levantar si no supiéramos que representan a dos muertos... Tras los amantes nos vamos a ver los aljibes medievales de la Plaza del torico, dos depósitos subterráneos que nos encantan.

A las cinco decidimos coger camino hacia Cuenca. Mientras conduzco por la vera del Turia pienso que me ha maravillado el lugar, la belleza de sus tierras y la dureza con que la vida ha puesto a prueba al hombre en cumbres y valles. Teruel nos ha encantado, es mucho más que el tópico sobre su no existencia y la cabezonería de sus gentes. Teruel existe y existe feliz y tranquila, al ritmo en que el viento mece la mies y el agua acuna sus bosques. Maravilloso.

La carretera a Cuenca da paso a un lento pero inexorable cambio de paisaje; de los márgenes de los ríos exhuberantes de vegetación pasamos la sequedad de la tierra recién segada y la seriedad de los campos de girasoles; los verdes se convierten en ocres y las aristas de la montaña en lomas suaves. Llegamos a Cuenca a las siete y media, encontramos el hotel y ya pensamos en descansar...

Hastalapróxima

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