lunes, 26 de julio de 2010

Adiós carretera, adiós asfalto...

Hoy, pese al firme propósito de levantarnos pronto, nos hemos vuelto a levantar tarde. Cuando iba yo a buscar conexión a la recepción, me he encontrado con José Luis García, abogado murciano y amigo y compañero de mi cuñado. ¡Qué pequeño es el mundo! Muy amablemente nos ha explicado cuál es el camino más corto para volver a Murcia y por dónde pasa, así que nos ha ahorrado conectarnos y fiarnos del Maps de Google. Mejor.

La visita guiada que nos interesaba empezaba a las once bajo los arcos de la plaza Mayor; allí, aunque sin desayunar, estábamos nosotros a las diez y media. Un desayuno rápido y ya sin más contratiempo hemos estado disponibles. El guía de hoy, Guillermo, ha sido extraordinario. Más o menos de mi edad, se ha permitido, para marcar terreno, una lección memorable de heráldica a partir del escudo de un obispo contructor de iglesias y conventos del siglo XVIII. La cosa prometía, y, ciertamente, ha valido la pena. Ha mezclado historia con sociología y conocimientos generales con particulares; nos ha contado con la misma pasión cómo se tomó la ciudad en el siglo X y cómo uno de sus colegas se despeñó haciendo el tarzán por uno de los innumerables barrancos de la ciudad. Una visita de más de dos horas en la que lo mismo hemos visitado el seminario que su casa. Muy interesante.

Durante la visita un par de de tipos con mala pinta nos han ido siguiendo, no de manera descarada pero sí haciéndose los encontradizos por las calles. A mí me ha parecido que estudiaban al grupo a ver si embaucaban a alguno. Uno llevaba un cuadro que justo tras las casas colgadas ha intentado colocar a un turista inocente, pero no ha tenido suerte y no lo ha vendido ni ha conseguido nada. Me han recordado a las claveleras de Palma. Al final uno me ha pillado mirándolos y ya parece que se lo han pensado... Cuando se lo he contado a la niña, se ha reído, y pese a que ha pensado que estoy un poco paranoico hemos discutido un buen rato a ver cuál de los turistas de nuestro grupo de visita guiada les interesaba.

Tras descubrir que Cuenca no es lo que uno cree y ver que en cualquier lugar hay una historia, hemos comido bajo el ayuntamiento. Luego, sin prisa pero sin pausa, asfalto hacia Murcia. El campo ha ido cambiando los ocres de ayer por la palidez de los rastrojos requemados del arcén y la tierra sedienta de Albacete, donde hemos tomado autopista. Tras ciento cincuenta quilómetros más, hemos llegado a Murcia, allí hemos recogido a mi hermano, de viaje también por el lugar, y la niña nos ha dejado en casa a las ocho; luego ella ha seguido camino hasta Cartagena.

El viaje ha acabado sin un abrazo ni un beso de despedida por mi tendencia natural a creer que la comunicación telepática es posible (ella lo explica mejor cuando afirma que creo que todo el mundo sabe lo que pienso). Desde casa de mi hermana la he acompañado con otro coche a la autovía, pero como no nos hemos entendido, cuando he parado ella me ha adelantado. La he visto irse carretera abajo y he pensado lárgamente en el viaje y en lo que hemos vivido, en su indecisión a la hora de decidir qué comer y en su agradable "buenos días" de cada mañana, en su sonrisa al verme apuntar todos y cada uno de los gastos del viaje y en la santa paciencia que ha tenido al soportarme de copiloto. Ya no hablo del sacrificio de dejarme conducir su coche y en el poco caso que le he hecho cuando lo hacía. Ha sido la compañera perfecta de viaje. Tal vez no visitamos castillos enteros ni habitables, ni palacios del siglo XXI o montañas lejanas y repletas de dragones pero en todos y cada uno de los sitios donde hemos estado ella ha sido princesa, favorita y reina...

Hastalapróxima

3 comentarios:

  1. ohhhhhh! aquest final m'ha emocionat! M'ha encantat, m'emociones! Però pensa, res s'acaba si sempre hi ha alguna cosa que t'ho recorda. bs

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